Al sur de la memoria
Almería es una tierra seca, roja, dura, donde el viento, impertinente y tenaz, amenaza con abocar a la locura, donde el sol se asienta en las espaldas como la carga de Sísifo: eterno, ineludible, oneroso… Magnífico.
Almería es un milagro al lado del Mar. Un desierto que brota generoso, siempre sorprendente. Humilde. Soberbio.
Allí nace nuestro escritor, Jose Miguel Polo, orgulloso, contradictorio y fecundo como un desierto fértil junto al mar. Toda su vida estuvo vinculada al fútbol. Pese a esto, o tal vez gracias a esto, dedicó gran parte de su tiempo a una afición furtiva, casi punible: la lectura.
Y como la literatura y otras aguas subterráneas, siempre terminan por salir a la superficie, un día se encontró entre las manos este puñado de relatos. Algunos son un ejercicio de metaliteratura, otros son ficciones, que como todas las ficciones, siempre poseen algo de autobiográfico, y en otros casos, un viaje interior al pasado, con la unica intención de resistir al olvido.
Os tendemos la mano para que nos acompañeis, en esta expedición al Sur de la Memoria.
René Barbier y sus poemas albaneses
Acostumbrábamos a que por entonces las tardes fuesen largas sobre las mesas lunares del Café Moderno. Fue allí cuando oí, por primera vez, hablar de René Barbier.
Fueron los bibliófilos Mad Pastroudis y Guillaume De Palurd quienes en su defensa absoluta del Infinito, habían encontrado los últimos textos escritos por el esquivo poeta en su época albanesa. Y los habían compilado con delicadeza de entomólogo y pasión de bolchevique.
Cuentan sus biógrafos que el origen de aquella huida al otro lado del mar fue un viaje etimológico: Abandonado por ella decidió sustituirla por otra Tirana.
Pasó el tiempo pero cumplieron su promesa: Por primera vez tenía en mis manos el tan deseado como olvidado texto.
En un lirismo crepitante René Barbier recorrió toda la mitología panmediterranea, la talasocracia de la belleza.
En esta breve obra Kavafis y Kadaré se dan la mano mientras comparten vino y melancolías.
Las ilustraciones pues, debían ser acordes a este lirismo etílico y esta melancolía balcánica. Para ello decidimos que la edición fuera tan metafórica como el viaje en sí.
Las guardas son de papel rojo corinto, las ilustraciones, realizadas a tinta de varios colores, consiguen sus matices a través del vino y la sal, como los hijos de Cartago, como las letras fenicias.
Este libro es también un almanaque anual. Lunar como las mesas del Café Moderno.
Al Sur de la Memoria – Almería
Siempre cerca de Almería
Al Sur de la Memoria – Getafe
Jugamos en casa
Como «Los niños de la tarde»
Nos conocimos de la mejor manera posible, en un campo de fútbol.
Yo iba a jugar al Fuenlabrada y Miguel era el entrenador.
Igual que cuenta en el libro, yo también perseguía un sueño, el sueño que tienen muchos chavales en estos días: dedicar mi vida al fútbol.
Después de una semana entrenando por fin llegaba el primer partido y yo quería demostrarle que podía contar conmigo. Tras la charla inicial empezó a nombrar el equipo titular y dijo: “con el uno Raúl, con el dos Castro, el 4 Guti…” hasta los 11 primeros, entre los que no estaba. Como suplentes van a jugar tal, tal, tal y tal entre los que tampoco estaba. Y en la grada se van a quedar tal, tal y tal entre los que tampoco estaba. En ese momento levante la mano y le dije: “Mister, Mister, que a mi no me has dicho” y él, con cara de extrañado, me miró y dijo: “perdona chaval… ¿tú cómo te llamabas?”
Evidentemente no empezamos con buen pie, pero yo no bajaba los brazos porque quería jugar en ese equipo y poco a poco fue dándome minutos y poco a poco fue confiando cada vez más en mí, hasta el punto de que fui el segundo jugador que más minutos jugó y prácticamente creo que jugué en todas las posiciones.
Los viajes, entrenos y partidos hicieron que nos conociéramos mejor y a mi me encantaba charlar con él y escucharle. Las charlas motivadoras antes de los partidos, durante los entrenamientos y demás me encantaban hasta el punto de que, en un viaje a Galicia, le dije: “Mister ¿y tú por qué no escribes algo?” El contestó que te gustaba mucho escribir y que tenía algunos relatos que guardaba en casa. Tráeme alguno Miguel, me encantaría leerlos.
me veo reflejado en algunos de esos niños con los que jugaba, que me hacen recordar con añoranza mi infancia y que, en algunos momentos, hasta se me empaña la lectura
Algunos de los que me trajo ya los leí en aquel entonces y los he vuelto a releer y tengo que volver a decirle, igual que le dije hace unos años, que me encantan, que me emocionan muchísimo, que me veo reflejado en algunos de esos niños con los que jugaba, que me hacen recordar con añoranza mi infancia y que, en algunos momentos, hasta se me empaña la lectura. Lo que no leí entonces y ahora he leído más de dos veces ha sido el prólogo de su niña. Y, quizás muy sensibilizado por mi reciente paternidad, me parece que es uno de los mejores regalos que un hijo puede hacer a un padre ¡Impresionante!
Creo que aquella temporada fue muy especial y Miguel fue uno de los principales protagonistas de que así fuera. Podría decir con total seguridad que fue el mejor año futbolístico de mi vida. Me transmitía esa confianza que los jugadores necesitan, buscaba las palabras justas y momentos precisos. Nunca he rendido tanto con ningún otro entrenador.
Después, con el tiempo me di cuenta de que no era sólo su faceta de entrenador, sino que era un estilo de vida, una personalidad fuerte, ideas muy claras, de mirada a los ojos, íntegro, capaz de dejar escapar la oferta de su vida por sus ideas o por un presidente o director deportivo que se quisiera meter en su trabajo.
El equipo quedó en muy buena posición y a mí me llamaron algunos equipos de segunda que me ofrecían contratos profesionales. Pero lo realmente importante es que aquel Fuenlabrada jugó a tan buen nivel porque éramos como en el cuento de “Los niños de la tarde.”
Y Casado era el que marcaba a Garrincha.
Y Dani, el mudo.
Y Guti, el capitán…
Y jugábamos con tanta ilusión que parecía que cada domingo íbamos a enfrentarnos al mismo Brasil y con la confianza del Mister de que éramos capaces de ganarles porque hasta Pelé, que no es dios, pero casi, terminó con ganas de dejar el fútbol.
Sergio Romero
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